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Notas sobre Dóberman

31 May

por Aníbal Jarkowski

 

Excepto cuando se lo razona, el uso del narrador omnisciente suele ser una comodidad, una inclinación perezosa de los escritores a perseverar en un hábito y agenciarse la satisfacción sencilla de los lectores.

 El narrador omnisciente es una fórmula, como lo fue en su momento describir cada personaje al momento de aparecer en un relato. El narrador de “El capote” de Gógol, más de un siglo y medio atrás, ya ironizaba acerca de ese recurso cristalizado:

 “Es evidente que no debiéramos extendernos mucho en la personalidad de tal sastre, pero como es de rigor en toda obra que se precise el carácter de cada personaje, no queda otro remedio: venga, pues, Petróvich, para acá.”

 También es una cristalización indicar en un diálogo qué personaje habla en cada caso, a pesar de que sólo sean dos los que participan del mismo – “Preguntó X”; “Z respondió”- o reservar un epílogo para revelar el futuro lejano de los protagonistas y así promover la ilusión de que siguieron viviendo.

 Cuando en un texto de la revista Sur de abril de 1933 Borges informó al mundo que “la literatura es, fundamentalmente, un hecho sintáctico”, acaso decepcionara –y siga decepcionando- a la gran mayoría de los lectores, pero se le debe conceder que lo hizo en beneficio de la verdad. La literatura, en efecto, puede ser concebida como una serie de procedimientos de los que no se puede prescindir, de suerte que el mérito estético residiría en el acierto, primero de la selección, y luego de la realización de esos procedimientos

La omnisciencia del narrador es una fórmula más, pero tiene la peculiaridad de ser una de las más primitivas y espontáneas –de ahí que algunos escritores la perciban como una naturalidad de la que un relato no puede prescindir-; la misma a la que recurrió Homero –aunque su omnisciencia contó con el inestimable socorro de las musas- para cantar la cólera de Aquiles y las tribulaciones de Odiseo, y a la que aún recurren padres y madres para conseguir que un relato promueva el rápido sueño de sus hijos.

En suma, el narrador omnisciente es una opción narrativa aunque de las más significativas, porque a través de ese recurso el narrador, menos que usurpar una potestad reservada a Dios, en verdad simula realizar una intensa fantasía humana: la de poseer el don de leer la mente.

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