por Martín Villagarcía
ESCRITURA
En breve cárcel otorga a la escritura un lugar central. Ya de por sí, la novela se abre con esa acción puesta en primer plano: “Comienza a escribir una historia que no la deja: querría olvidarla, querría fijarla”. Es esa voluntad la que funciona como motor de la trama. Escribir, para la narradora, tiene una función particular que se relaciona directamente con la memoria, el gran tema recurrente en la obra de Sylvia Molloy. Escribir es hacer memoria, pero al mismo tiempo es deshacerla, es invocar al recuerdo para olvidarlo. Esa ambivalencia se sostiene a lo largo de todo el relato y afecta directamente lo que se cuenta y lo que le ocurre a la narradora al contarlo. En este sentido, es relevante cómo se pone en juego su subjetividad a la hora de componer el relato, en la medida en que lo puede convertir en aquello que deseó que ocurriera pero no sucedió o, también, apropiarse de la experiencia del otro: “Ella hoy registra, sin compunción, esa anécdota de Vera, haciéndola suya, desconociendo la unicidad de la memoria: es un recuerdo que fue de Vera, que ahora le pertenece mientras lo escribe”. Hay algo en su alienación, tanto a nivel físico como psíquico, que le da a la escritura una función de verdad. En este punto la novela recuerda a la famosa frase de Virginia Woolf en la que afirma que las cosas no ocurren hasta ser escritas. Por otro lado, su encierro hace que escribir sea la única forma de hacer pasar el tiempo y de comunicarse.