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30 años después

9 Jun

por José Fargas

Hay lecturas que despiertan o estimulan preguntas y planteos que creíamos perimidos o que habíamos olvidado por efecto del tiempo, el trabajo y la rutina. Leer, hoy, 30 años después, interpela y deja perplejo al lector que haya transitado durante los últimos años pasillos, aulas, veredas y escaleras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Las clases de Introducción a la Literatura que dictó Aníbal Ford en 1973 demandan una lectura no sencilla para quién se formó dentro de una academia plagada de reticencias a la hora de enfrentarse con elementos provenientes de la cultura popular; o demasiado interesada solamente en abocarse a la especificidad de “su” objeto la “literatura”, desvinculándose por completo de los procesos sociales y culturales más amplios; en una academia que no tiene lugar para debatir proyectos culturales de largo alcance dentro de sus muros; que no se cuestiona aperturas, salidas o formas de acercamiento respecto de lo social; una academia que se siente cómoda dentro de sus aulas y a pesar de ellas, como si el grado de abstracción teórica al cual se accede allí dentro no permitiera reposar la conciencia sobre el espacio político en el que se transita; una academia que refleja en la arquitectura de sus pisos más altos todo un sistema de saber y conocimiento compartimentado, cubiculado en huertas “sabiamente” protegidas. Leer estas clases, treinta (…y pico de) años después de haber sido dictadas, inquieta, pues el eco de ellas hace retornar viejas preguntas aún en vigencia que incomodan y siguen sin respuestas.

Es inevitable durante la lectura no recaer en las reiteradas y variadas definiciones sobre la literatura y la cultura que se despliegan en las clases. Esto se debe principalmente a dos cuestiones, la primera es que Ford no entiende el término literatura escindido de su englobante más genera,l la cultura, así que pensar una, es pensarla siempre a la otra de manera reversible. Por otro lado, los conceptos que Ford maneja tanto de literatura como también de la cultura son sumamente movedizos, fluctuantes, en absoluto estáticos. Pues son sus principales focos de referencias críticas aquellas nociones parnasianas que han defendido tales determinaciones conceptuales. De tal manera que podríamos ir desmembrando de sus clases las diferentes definiciones que se van elaborando tanto de literatura, como también de cultura, y encontraríamos allí cifrado un claro proyecto cuyo interés principal es intentar demoler las tradiciones legitimadas y consagradas dentro de la academia heredadas desde los tiempos en que Cané dictó sus discursos acerca de “El espíritu universitario” y de “La enseñanza clásica” que sostenían y defendían la idea de una literatura, y una cultura, estática, homogénea y lacrada. Ford buscará remover estas nociones, tensionarlas a fin de poder incluir dentro de ellas lo que pervive por debajo de los conceptos dominantes tanto de la literatura como de la cultura y que en última instancia son promovidos por las mismas clases dominantes para consumo de las mayorías populares manifestando un claro plan de encuadre y subordinación cultural e ideológico.

Por otra parte, la lectura conduce hacia otro hecho no menor: en ellas se inscribe algo del “espíritu de época” en el que se enmarcan las clases. Repasándolas puedo apuntar, como elemento significativo, la manera en que un proyecto político de apertura se traduce en discurso pedagógico de renovación. Un claro ejemplo que permite observar la manera en que se pone en juego este planteo, emerge en la propuesta de renovación pedagógica que Aníbal Ford ofrece en las clases a partir de la refundación del canon literario y la inclusión en el tratamiento didáctico de autores marginales o condenados a las barrosas orillas de lo que se considera como Literatura, tales como Discepolo, Fray Mocho, Biallet Masse, Payró, Greca, Manzi, el tango, etc. Será la producción de estos autores, en buena medida, la que le permitirá a Ford renovar o redefinir el objeto de estudio de la literatura. Cabe destacarse, en este sentido, que dicha inclusión dentro del canon de estudio de escritores nuevos o marginales no solamente se reserva a autores cuya producción esté ya concluida, sino que también esta renovación es factible, en buena medida, gracias a que de la misma manera, tienen lugar en sus clases referencias a las producciones literarias contemporáneas. Walsh, Gelman, Marechal son algunos de los autores citados tanto para representar algún ejemplo, como para montar desarrollos teóricos más complejos. Tal propósito pedagógico se refleja, así mismo, en el hecho de que uno de los objetivos del curso de Introducción a la Literatura tenía que ver con que los alumnos adquiriesen los fundamentos suficientes para poder pensar y reflexionar acerca de las “propuestas y búsquedas en la cultura nacional actual” (1)

Continuando el repaso, reparo en otra marca de la apertura política traducida en apertura pedagógica, esta vez en la elección de los materiales sobre los cuales aconseja el profesor depositar su mirada al crítico (o a sus alumnos) En reiteradas oportunidades Ford propone a sus alumnos nuevos objetos como factibles materiales sobre los cuales elaborar un trabajo crítico, que trascienden al libro como materialidad posible de lectura significante dentro del campo de las letras. Así, les aconseja poner el foco del análisis indistintamente sobre la producción literaria de los autores reconocidos o consagrados, como también sobre “la narración folk, el cancionero tradicional, la producción de los letristas populares, los payadores, el circo, el sainete, las diversas formas del periodismo popular, anécdotas, crónicas, “historias de interés humano”, la producción literaria para la radio o el cine, la narrativa de las revistas, los guiones de historieta, etc.” Permanentemente, clase a clase, leemos cómo se va extendiendo el campo de apreciación del fenómeno “literario” pugnando contra aquellos elementos provenientes de una noción de cultura sostenida por una clase dominante que tiene y defiende, a su vez, su propia retórica subordinando a ella otras formas de representación como inferiores o provenientes del campo popular. Esta indagación que intenta propagar o prolongar el campo de análisis que incumbe a las letras sobre los materiales complejos de una cultura, aspira a “ubicar a esa forma de comunicación que es la literatura dentro del conjunto de las estructuras y los procesos culturales, revisar ese rol privilegiado en que la ha puesto la cultura occidental es real, si no es necesario reubicarla, redefinirla.”

Esta apuesta de renovación pedagógica (por un minuto casi caigo en la tentación de escribir “crítica”) que he venido señalando como principal elemento de las lecturas de sus clases, es puesta en juego, también, en el tipo de lectura que Aníbal Ford presenta a los alumnos como ejemplos de trabajo crítico sobre estos textos. En este sentido cabe mencionar que, para el profesor, el estudio sobre la literatura es un piso en el cual posarse con el propósito de observar fenómenos y procesos del amplio campo de la cultura, sin que por ello la propia literatura pierda valor en sus estudios. Al contrario, pues vemos que para Ford la literatura es presentada “no como una estructura en el vacio sino como algo que se produce y se da, funciona en una historia y una cultura dadas”. El trabajo sobre la literatura se conforma en sus análisis como parte que se presenta de un trabajo mayor sobre el discurso, es decir, sobre la forma misma de transmisión de esa cultura. En sus clases advertimos la manera en que asume el trabajo de problematizar el concepto de texto estableciendo su interés sobre en una comprensión diferente, buscando que la noción de texto no se cierre sobre sí misma, no se repliegue; sino, al contrario, que se expanda para así llegar, finalmente, a problematizar las nociones de texto y de lenguaje sedimentadas por la cultura oficial a través de un enfoque que consistente en el análisis “discursivo-social” del texto y de la cultura para enfatizar la naturaleza heterogénea, plural e interdependiente que encubre el concepto de cultura que sostiene la clase dominante.

Para elaborar estas nociones complejas de texto y cultura, sus clases se apoyan fundamentalmente en los conceptos teóricas de R. Barthes, P. Bourdieu, Margulis, Morin, Mattelart, Althusser, Perry Anderson, F. Fanon, Marx, etc; de manera que observamos cómo en la selección del aparato teórico hay también una marca de esa voluntad de apertura pedagógica que apunta a promover el cruce transdisciplinario entre las diferentes teorías provenientes del campo de la cultura, la sociología, la antropología y los estudios literarios. Si la forma que asume el concepto de cultura que intenta abordar Ford es, como dijimos, de naturaleza heterogénea y plural, el aparato teórico desde donde se afronte su estudio no puede sentirse en absoluto conforme con una simple disciplina. Esta forma de trabajo coloca al autor, en cierto sentido, a la vanguardia, en nuestro país, de los llamados “estudios culturales”

Además de las clases, el libro compila una serie de notas, crónicas y textos provenientes del campo de la ficción, que permiten al lector entender aún más algunas cuestiones del pensamiento de Ford. Revisando su escritos de ficción advertimos cómo en ella ingresa también como tema esas zonas marginales de la cultura que son el Tango, las costumbres y los trabajos populares. Su ficción, en un punto, reposa sobre el mismo trasfondo de materialidad sobre el que se asienta su trabajo teórico. Así como su mirada de crítico se vuelve sobre el complejo paradigma literario de una época en la que hacen su irrupción las formas de representación populares dentro del campo de la cultura y especialmente la literatura, la del escritor se vuelve sobre aquellos mismos espacios, intentado ahondar la profundidad de significación que encierra tal proyecto. En sus relatos y crónicas muchas veces el carácter dialogal que poseen conlleva una ausencia de narrador, la cual, acompañada por la humilde condición de sus protagonistas y los espacios marginales desde donde se construyen estos relatos, son muestras inequívocas de una búsqueda de profundización del proceso de democratización de la palabra que dentro de la tradición literaria nacional se viene construyendo desde principios del siglo XX y que tiene entre sus filas a autores que van desde Fray Mocho a Discepolo o Angel Villoldo, pero también, y más cercanos a la producción de Ford, a Conti, Kordon, Gelman, Urondo y Walsh.

Tanto en su trabajo crítico como así también en lo referente a su producción literaria, ahonda Ford en la materialidad de las subculturas que subyacen por debajo de la estructura de la cultura oficial. Esto implica una revisión antropológica de dichas estructuras y también una intervención crítica sobre aquellas arraigadas convicciones que soportaron la idea de “civilización” en la cultura oficial-nacional, y que se apoyaban exclusivamente en la “letra escrita” y de educación “universalista” –como la que proponía Cané en sus discursos- oponiéndole desde ese lugar privilegiado una severa condena a toda forma de expresión de la cultura popular.

Por último cabe mencionar un nota respecto a la producción intelectual que acompañaba el trabajo de Ford, pero también de otros intelectuales argentinos que por aquellos años del regreso de Perón y retiro del militarismo, acompañaron y promovieron lo que Ángel Rama señaló como “la emergencia de una cultura dominada” y que algunos años después será sofocada nuevamente por una dictadura militar. Dicha emergencia se debe a que, como el mismo autor indica, “la cultura dominada ha conquistado un desarrollo que no tenía, estableciendo ya una coherencia interna y una teoría interpretativa. Índice de que ha conseguido la participación de un importante equipo intelectual puesto a la tarea de fundamentarla, articularle una historia propia, dotarla de una doctrina sociopolítica y proveerla de imágenes que la interpreten y en especial la valoren, con lo cual ha podido enfrentar con mayores posibilidades de éxito la rica, poderosa y secular estructura de la cultura generada por el patriciado”. A este trabajo llevado adelante por diversos intelectuales como Walsh, Gelman, Romano, Urondo y Conti se sumó el aporte de Ford, operando con sus lecciones de Introducción a la Literatura en el corazón mismo desde donde históricamente cobró forma esa “cultura del patriciado”, pero así mismo en la producción literaria, la editorial y la acción política. Estos textos inquietan puesto que ellos convocan a examinar el estado en que hoy se encuentra la vinculación entre una producción intelectual, literaria, poética, cinematográfica o musical y las formas marginadas de producción cultural.

 

 

(1) La tercera parte del programa de la materia estaba compuesto por una serie de entrevistas a escritores, periodistas, cineastas, etc. Coordinada por Juan Gelman.

 

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1973: las clases de Introducción a la Literatura y otros textos de la época

Anibal Ford

Ediciones de Periodismo y Comunicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación de UNLP

2004

 

Amor por el motor

21 Ago


Del orden de las coníferas
Aníbal Ford
Norma
2007
Una pista: para entrar a la literatura de Aníbal Ford hay que empezar por concentrarse en su apellido y dejar que la cadena de asociaciones nos conduzca a la imagen mental de una camioneta. Eso es. Después hay que situarse a uno mismo frente al capot: la mano encima de la traba, abriéndola, hasta que aparece el motor a la vista. La tapa de cilindros, los pistones, la grasa. Al momento de contemplar la máquina, cualquiera de nosotros no vería nada más allá de lo que a simple vista es: una máquina. Ford, en cambio, escribe para hacer sentir que se está frente a un acontecimiento maravilloso.
Del orden de las coníferas (Norma, 2007) reúne una numerosa y variada cantidad de relatos –algunos inéditos- escritos desde la década del sesenta hasta la actualidad, en los que Ford emprende, con obsesión de mecánico, la misión de contar una Argentina que ya fue: un país de rutas e industria, una nación donde la máquina y el trabajo manual constituyeron el centro de una utopía de la que sólo quedan, y así parece transmitirse en las casi 250 páginas del libro, evocaciones nostálgicas y pasiones generacionales que Ford se encarga de revisar y poner a prueba parado en su propia experiencia del presente.
Pero es imposible olvidarse que quien narra, quien asume la tarea de poner el lenguaje al servicio de la literatura, es, digamos, el Aníbal Ford de Crisis, el de la crítica de la globalización, el amigo de Haroldo Conti. Y eso, convertido en una clave de lectura de la que es imposible deshacerse, hay que decirlo, se nota.
En una entrevista que le hizo Juan Pablo Bertazza para Radar, el viejo Ford decía con cierto aire quejumbroso que lo habían excluido del padrón de escritores. No aclara quién (la mano invisible del canon hace su trabajo mientras dormimos), pero yo diría que es un resultado obvio de los experimentos a los que Ford somete su literatura; una consecuencia de su incontinencia sociológica.
Alguien que tenga en alta estima los procedimientos y universos ficcionales, cerrados y autoabastecidos, podría leer en los cuentos de Aníbal Ford decenas de marcas defectuosas escondidas bajo el maquillaje de un ataque a las estructuras narrativas clásicas (tramas que deshacen en pocas páginas, escenas inconexas en las que se llega a dudar de la posibilidad misma de constituir un sentido a partir de los textos). El gesto (que la editorial Norma se encarga de resaltar en la contratapa, subrayado por el propio autor en distintas apariciones públicas) es inexplicable sin la referencia al Ford cientista social, a la mano que escribe después de leer de Barthes, en un contexto cuya preocupación más importante (back in the sixties) era la teoría y no, justamente, la literatura.
En más de un cuento del libro Ford realiza un movimiento extraño: arrancarle la ficción a los escritores para llevar un paso más lejos su máquina crítica, como si la literatura fuese la continuación de la teoría por otros medios. 

Entonces, qué feedback mamita, qué reception theory, qué freirecito pobre si no hay nada que argumentar y la pobreza is tangrande que hace grigri acá adentro. (“Mi vieja seguía sacando cosas del bolso”)

¿De qué está hablando Ford? ¿Contra quién, o mejor aún, para quién escribe? No porque hable de tango o de peronismo (otros de los motivos recurrentes en estos cuentos), ni porque tenga buen oído y se meta a hurgar en la lengua popular, su literatura ha de tener un destino popular. Menos cuando le pone en la boca a un personaje rural (vaya maniobra) conceptos de teoría de la recepción. Seguramente eso ni siquiera le interese al mismo Ford. A lo sumo, y puestos a imaginar un alcance de estos textos, podemos suponer que puede llegar a convertirse en el hit que los estudiantes de Letras escucharán en sus iPods mentales mientras intentan conciliar el sueño pensando en el cruce entre literatura y experiencia.
La literatura de Ford (al menos en la versión que nos enseña este libro) contagia y en gran parte de los cuentos logra trasladar al lector a su universo de referencia, que no es ni más ni menos que el universo de un viejo intelectual que se acerca a la ruta y a las máquinas para ensanchar su visión de la crítica. Hay un gesto populista en esa operación, para qué negarlo. Ford quiere ir hacia el pueblo, para explicarse a sí mismo y a los demás qué es el pueblo. Pero no lo hace con la arrogancia de quien ilumina, sino con la pasión del que cuenta la historia de su propio viaje.
En uno de los relatos más inclasificables del libro (Haiku), más próximo al diario personal que a cualquier otra cosa, Ford afirma haber estado escribiendo un artículo con el nombre de “La identidad nacional como road movie”. Nada mal para un tipo que lleva por apellido el nombre de una compañía automotriz. Sobre todo porque algunos de sus cuentos logran construir esa sensación de viaje, de viento en la cara, de vieja estación de servicio arrumbada en medio del desierto.

El abuelo (que supo andar por el Atlántico nueve días a la deriva en sus años de pesca por San Blas, quemar caminos de ripio con el International D 50, tocar por cifra, saber de galvanización y electrólisis, y experimentar la sombra por anarcosindicalista) bombea con paciencia, concentrado, el acelerador de la pickup. La Ford 37 azul de fábrica se sacude, meta explosiones. (“Las palomas parecían levitarse”).

En Ford se anudan de una manera poco común el amor a la máquina, la obsesión taxonómica y el puntillismo del artesano. Eso, sí, pero además la paranoia del cientista social, la flema del anarquista que relata con furia la experiencia de los ludditas (“El hilito inglés”) y, en todos los casos, la autobiografía como fundamento epistemológico de la ficción. “Al carajo”, se lo escucha musitar a Ford en sus relatos, “no me importa lo que piensen porque yo estoy acá dentro encerrado en mi propia música”. Hace bien. A los que estamos en la calle nos llega el ruido claro de sus motores vibrando.

Alfredo Jaramillo