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Sobre Ferrocarriles argentinos

8 Dic





Ferrocarriles argentinos

Elvio Gandolfo

El Andariego

2007

Prolegómenos

Entendámonos de entrada. Ferrocarriles argentinos no es un libro nuevo, no ha ganado ningún premio literario, prácticamente no ha sido reseñado en la prensa cultural porteña y la responsabilidad de esta reedición no recae en el gerente de una empresa multinacional. Una rareza. Ferrocarriles argentinos es el sexto libro de cuentos de Elvio E. Gandolfo (de siete publicados) que reedita la editorial El Andariego, una de las llamadas independientes, cuya primera edición costeó la gran Alfaguara en 1994. Como suele pasar en estos años post-crisis, las editoriales pequeñas se hacen cargo de las ediciones y reediciones de grandes narradores que no son comercialmente rentables o que no reúnen vaya a saber uno qué condiciones.



El libro de los géneros

Mucho se ha hablado de la presencia de los géneros en la narrativa de Gandolfo. Con géneros me refiero a lo que la academia llama (o llamaba, ya no se sabe) géneros literarios “menores”: el policial y la ciencia-ficción, sobre todo, pero también lo fantástico (cada vez menos desde Borges y Bioy) y la historieta. Brevemente: géneros que se caracterizan por su difusión masiva en periódicos, revistas o colecciones de quiosco y, paralelamente, lo que se puede llamar un consumo popular, siempre dentro del ámbito literario. Entre estos géneros y la literatura de Gandolfo surge una contradicción esencial, muchas veces pasada por alto por la crítica de los suplementos culturales y otras tratada superficialmente, que consiste en diferenciar cuándo un cuento es de género y cuándo incorpora algunos elementos, pero avanza hacia otra cosa. Por un lado, el género (pongamos por caso el policial y la ciencia-ficción) reclama un uso de códigos muy fijos, lo que supone el riesgo continuo de salirse de él ante un pequeño paso dado en otra dirección, voluntario o no. Por otro lado, se dice que todo lector de género no automático está esperando el momento de ruptura, de zafe, porque es lo que más se recuerda. En ese sentido, Gandolfo conforma a ese lector usando ambiguamente esos códigos, tomando de los géneros (aun de los denominados “mayores”) lo que necesita para sus propios textos. A veces esas incorporaciones producen una mezcla bastante extraña donde los elementos aparentemente se contraponen y niegan entre sí (en “Estrategia” el costumbrismo y el policial, en “Llano del sol” la ciencia-ficción y la novela sentimental, en “El terrón disolvente” la ciencia-ficción y lo fantástico entendido desde Todorov), y alejan al texto del género. Tal vez debido a las influencias (conscientes o inconscientes) de sus primeras lecturas de género, pasionales y desordenadas, lecturas que van más allá de la literatura como el periodismo científico, muchos de los cuentos de Gandolfo se resisten a la clasificación genérica. Lo que lleva al escritor a lavarse un poco las manos cuando le preguntan una y otra vez sobre lo genérico: primero, que ya no lee género; segundo, que los géneros “menores” cumplen la función de reforzar la gran literatura, esto es: cuando ya se ha consumido género, lo que deja es una manera de mirar perceptible en textos que no podrían considerarse de género (Piglia por ejemplo y el uso del policial).



F.F.A.A. (Ferrocarriles argentinos)

Los diez cuentos de Ferrocarriles argentinos son muy disímiles y derrochan libertad creativa a lo Gandolfo. “Un error de Ludueña” es el único cuento de este libro que puede ser considerado policial, en su vertiente negra. Influencia negra, adaptada, socavada, pero presente. Ludueña, criminal solitario de cuarenta años y que trabaja por encargo, es contratado por un grupo subversivo liderado por un muchacho para participar de una fuga. Ludueña se ve inmerso en un sistema de trabajo que no conoce, que le parece demasiado precavido y preciso; todo es exageradamente ordenado y rígido de disciplina. Así, el título del cuento va cobrando sentido y nos deja un interrogante sobre la naturaleza del error cometido. “Llano del sol” tiene como escenario a una central de energía solar ubicada en el desierto riojano en una Argentina futura dividida en Repúblicas después de una guerra de secesión y que culminó, simbólicamente, con la destrucción del obelisco. La ciencia-ficción ingresa en este cuento casi sin presencia del elemento científico-tecnológico y cuando aparece es decadente: los paneles solares y el servicio telefónico funcionan muy mal, los repuestos tardan en conseguirse, los medios de transporte y el sistema de correos no se desarrollaron. En fin, todo el ambiente es una excusa para contar cómo el único técnico de la central no puede resolver una relación sentimental a lo siglo XIX dificultada por la distancia y carente de toda carnalidad importante. “El terrón disolvente” anticipa una de las tesis científicas de la primera Matrix y podría considerarse de ciencia-ficción, pero los personajes que intervienen (Fiambretta se llama el personaje que realiza el descubrimiento científico) y los resultados obtenidos son tan desconcertantes que el texto linda con lo fantástico. James Gunn afirma que “la ciencia ficción es una visión pública y la fantasía una visión privada”. En este sentido, el texto se enmarcaría en el segundo grupo: sólo Fiambretta y el narrador experimentan el descubrimiento. El narrador duda ante el hecho, ya que el supuesto descubrimiento podría ser un efecto alucinógeno (lo fantástico según Todorov).

En algunos cuentos también hay una presencia fuerte de los personajes y de su historia individual (la “vida” que reclamaba Horacio Quiroga para sus criaturas la respiran las de Gandolfo). La fórmula (también utilizada por Oesterheld y Walsh) es la de retratar personajes del tipo “hombre común”, un poco ensimismados, dormidos por la cotidianeidad que, de pronto, se sienten sacudidos por algo que cae del exterior y los obliga a “hacer”. En “Estrategia” se mezcla el costumbrismo y el policial: un anciano y sencillo barrendero municipal, marcado por la repetición de su rutina que incluye feriados y domingos, se divierte haciendo algo impensado e instaura otra legalidad posible. “No es una línea recta” es heredero digno de la tradición fantástica kafkiana: unos juguetes inquietantes diseñados para niños, sobre cuyo origen se coloca un manto de misterio, modifican la vida de los adultos, provocando extrañas reacciones en sus compradores. “La yanqui y el polaco” narra cómo un encuentro casual desbordante de erotismo entre un narrador “gandolfizado” y una yanqui puede ser anulado cuando se manifiesta el nombre intelectual de la mujer: Susan Sontag. El mismo procedimiento de ficcionalizar situaciones con escritores ya lo había utilizado en “Corta amistad en Londres” con Herbert G. Wells.



El último lector

La lectura en Gandolfo cumple un rol muy importante. Desde la biografía, se relaciona con los primeros contactos con el género en su infancia y adolescencia. Los textos en inglés de las historietas lo llevaron a aprender el idioma. Desde lo laboral, hizo de difusor privilegiado en revistas como El lagrimal trifurca, donde promocionó con Juan C. Martini la serie negra policial, y en El Péndulo, con su sección fija “Polvo de estrellas” sobre ciencia-ficción. Desde lo creativo, le permite hacer teoría literaria sin aburrir en cuanto representa la lectura en acción; esto es, un personaje que lee. Pero no cualquier lector. A Gandolfo le interesa la figura del lector “salvaje”: el lector sin formación académica y que lee por placer. Este recurso es un verdadero homenaje a un tipo de lector olvidado por cierta literatura y la mayoría de la crítica de los suplementos culturales. Aunque el recurso es utilizado en cuatro cuentos de este libro, el que mejor lo desarrolla es “Ferrocarriles argentinos”. Estévez, vendedor de prendas de lana de toda la vida, quiso ser escritor en su adolescencia, aunque nunca escribió una línea. Primero, reemplazó la escritura por la lectura de relatos policiales; después, la lectura fue reemplazada por los viajes regulares en tren. La analogía comienza una serie de reflexiones: “Como en las policiales, parte del viaje –o el relato– era pura fórmula”; “como en todo policial, lo que importaba eran los detalles que variaban”. Podría leerse este cuento como un comentario a la siguiente cita de Lucio V. Mansilla: “Lo repito: viajando sucede lo mismo que leyendo”.

La figura del lector “salvaje” aparece también en “Llano del sol”, donde el protagonista espera ansioso la llegada por correo de la revista de historietas El Tony que incluye el infaltable episodio “Historias del Obelisco”; en “El terrón disolvente” los personajes leen apasionadamente el último número de la revista de divulgación científica Muy interesante; en “Estrategia”, el protagonista tiene un ropero lleno de revistas como Patoruzú, El gráfico, El mundo deportivo que lee antes de dormir una y otra vez, siguiendo un método: la que acaba de leer la coloca al final de la pila para leerla nuevamente cuando ya la haya olvidado. En este juego entre memoria y olvido se balancea el género.



El pibe Cabeza

Gandolfo practicó los oficios de antólogo, crítico, editor, narrador, periodista, poeta, tipógrafo, traductor. Nació en Mendoza (1947), creció en Rosario, vivió en Piriápolis, y desde entonces se estableció en Montevideo, sin dejar de pasar por Buenos Aires. Estos desplazamientos geográficos y laborales sugieren el lugar impreciso entre los márgenes y el centro (pero ni en uno ni en otro del todo) de Gandolfo en el campo literario: “He logrado la magia de ser considerado un gran escritor argentino y que no me mencionen en ninguna lista.” Ya sea en sus artículos críticos (desde las revistas el lagrimal trifurca, El Péndulo o Con V de Vián, hasta los estudios preliminares de los libros del Centro Editor), en su narrativa o en las entrevistas, Gandolfo ha justificado la literatura intensa, modificadora, sutilmente reveladora, opuesta a la lectura “culta”, informada, prejuiciosa. Este libro tiene los ingredientes necesarios para verificarlo.

Hernán Lakner