Subrayado: Bernardo Kordon

30 Sep

por Agustín Alzari*

Durante la década del cincuenta, fueron muchos los escritores, intelectuales y artistas de Argentina que viajaron invitados por el gobierno de Mao a visitar la Republica Popular China. El modo de retribuir semejante experiencia era, claro, escribir algo, dar algunas conferencias transmitiendo eso que vieron, conocieron, palparon. Bernardo Kordon escribió 600 millones y uno, un libro de crónicas de viaje . El fragmento, sin embargo, no es sobre China.  Transcurre en el viaje de ida, en una escala nada despreciable llamada Moscú.

Las colinas se repiten como un oleaje detenido. Nos cruzamos con caravanas de camiones. Varios ciclistas pedalean afanosos con sus pantaloncitos deportivos. Los ve pasar una campesina que cuida una vaca que pasta. De vez en cuando se interrumpen los bosques y surgen plantíos de hortalizas.
Es fácil comprender que todas estas banalidades que me propone el paisaje, se producen para escamotearme una inminente revelación. Y me domina una vieja ansiedad de llegar a Moscú. Esta experiencia madura en los bosques que marginan la amplia carretera, hasta que finalmente se recorta en el cielo el espigado brazo de una grúa, después otra grúa, y otra más. Y surge un ejercito de grúas y la gran muralla de los nuevos edificios que avanzan sobre las oscuras limas boscosas. Y comprendo que esta avanzada del ejercito de grúas de contruscción señala el latir cada día más poderoso del corazón  de la Unión Soviética. Pues Moscú me sorprende como una ciudad en plena construcción. No se presenta como todas las capitales europeas, detenidas y ajustadas en sus proporciones históricas, sino que se levanta con esa fiebre que en su tiempo conocieron las grandes ciudades de América

de 600 millones y uno

Cap I «Encuentro con Moscú»

1957

*Poeta e investigador, se especializa en Juan L. Ortiz. Vive en Rosario

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